No pienso. No existo. Desaparezco. ¿Es
mi final? ¿Es mi principio?
Preferiría pasar mis pequeños minutos
a tu lado. Pero ya no es posible.
¿Estás triste? No te entiendo. Ahora
soy feliz, pero verte destrozado es algo que mi corazón no aguanta.
Y tu, ser que tanto daño me ha
causado, por fin podía salir sin sentir ese pesar que tanto mal
provocó en mi.
Podía cantar sin pena.
Pero por casualidad, ayer pasé por tu
lado y tu ni te inmutaste. Te vi, sentado en aquella mesa de aquella
heladería que tanta dicha henchía mi alma, te vi, con mi helado
preferido. Si. El de Lima Limón. Y advertí como removías el batido.
“Dos
a la derecha y una a la izquierda” Mi voz resonó
dentro de mi,
“¿Porqué lo haces?”
Aún sabiendo la respuesta, siempre me lo preguntabas.
“Por que así, recuerdo nuestra
primera cita” Y entonces me quitabas el batido y le pegabas
un trago.
Lo removiste, le pegaste el trago y
dejaste el batido en la mesa. Te levantaste y me viste.
Mi corazón se heló.
Di media vuelta y desapareciste de mi
vista. Los días pasaron y como cada sábado volvias a esa heladería.
Sin mi. Ya no cogias el batido de lima. Se que me esperabas, pero yo
nunca volvería.
Pero desde que nuestras miradas se
volvieron a cruzar, ya no fui la misma.
Ahora sabía que prefería tu felicidad
y tu sonrisa, antes que la mía.