Lo hice
sin querer, la curiosidad pudo conmigo. La abrí. Todo desapareció,
absolutamente todo. La esperanza se fue la última, ni se dignó a
decirme adiós.
Busqué,
pero no encontré nada. Recorrí todos los bosques, los pequeños,
los profundos, los que no tenían salida... Pequeñas flores
intentaban recordar, grandes árboles olvidaban. Me sumergí en
inmensos lagos, los ríos me daban falsas indicaciones, en los
océanos tampoco se encontraban.
Busqué
desde la mas blanca y esponjosa nube hasta la mas gris y áspera. Fui
siguiendo la pista con el viento acompañándome los días mas
difíciles.
Pequeños
destellos de luz rozaban mi cuerpo, era una sensación agradable al
igual que el tacto de la lluvia.
No
encontré nada, no encontré la tristeza, ni la alegría, ni el odio
y mucho menos la esperanza. Aprendí que no se puede vivir sin sentir
nada.
Volví a
mi hogar. Abrí esa caja por ultima vez, estaba agotada. Miré
esperando encontrar la caja vacía y cual fue mi sorpresa al ver
todos los sentimientos plácidamente dormidos.
Antes de
cerrarla para siempre eché un último vistazo, sentí la esperanza
cerca de mi. Pude oír que me decía “Nunca me pierdas de vista
jamás, por favor. Te prometo que no me escaparé otra vez”.
Tras
decir esas palabras, cerré la caja y me sumí en un profundo sueño.
“Dormiré para siempre” me dije antes de cerrar los ojos para no
abrirlos nunca.